“Muy agradecido con la RED DE PRENSA COLOMBIANA por el premio
periodístico que me otorgaron, como uno de los mejores periodistas del 2014.”
En mi trayectoria como periodista Caricaturista, diseñador, reportero gráfico, redactor deportivo y político… me quito el sombrero al corresponsal de guerra, porque tiene que ser muy arriesgado y muy prudente pues su vida está en juego. Comparto con usted un día como corresponsal de guerra.
“A un lado de la carretera estaba sentado un viejo, con un enorme sombrero volteado y ropa llena de polvo. Sobre el rio había un puente estrecho, por donde pasaban carros, camiones hombres mujeres y niños. Los carros, tirados por mulos, intentaban subir la orilla escarpada del rio, los soldados los ayudaban empujando las ruedas. Los camiones se alejaban veloces por la carretera; los campesinos avanzaban fatigosamente entre el polvo que les llegaba hasta los tobillos. Pero el viejo, permanecía sentado, sin moverse. Estaba demasiado cansado para seguir. Yo tenía la orden de pasar el puente, explorara el terreno y comprobar hasta dónde había llegado el enemigo. Lo hice y volví al puente. Quedaban ya menos, carros y pocas personas; Pero el viejo seguía allí.
– ¿De dónde viene?_le pregunté.
– Del Magdalena medio, Barranco de loba _ dijo y sonrió.
Era su pueblo natal y le gustaba hablar de él. Por eso sonrió.
– Cuidaba los animales _ explicó.
-¡oh!_ dije yo. Pero no comprendía
Bien.
-Eso es _ dijo él _. Me había quedado allí, ¿comprende?, para cuidar a los animales. Fui el último en dejar un desaparecido pueblito del Magdalena.
No tenía aspecto de arriero ni de un capataz; mire sus vestidos negros y polvorientos, el rostro gris y cubierto de polvo, su sombrero grande un poco roto, y pregunte:
– ¿Qué animales eran?
– Varios animales – contestó y movió la cabeza -. He tenido que abandonarlos.
Yo miraba el puente y el paisaje del Magdalena, un paisaje que parecía de Camboya; me preguntaba cuanto tardaría en ver a los enemigos, y esperar los primeros rumores que anunciaran ese misterioso acontecimiento que se llamaba batalla; el viejo seguía sentado allí.
– ¿Qué animales eran? _ Pregunté.
-cuatro clases de animales _explicó el viejo _. Dos vacas, un gato , un palomar y una iguana que quedó amarrada en la puerta de la cocina.
– ¿ Y tuvo que abandonarlos? _ pregunté.
– Sí. Por el grupo de insurgentes que llegaron no sé si eran de la guerrilla o paramilitares.
El que comandaba me dijo que me fuera, o me matarían.
– ¿y no tiene familia? le pregunté, mientras miraba el otro extremo del puente donde los últimos carros descendían rápidamente la escarpada orilla.
– No _ contestó_. Solamente los animales que le he dicho. El gato naturalmente podrá arreglárselas. Un gato sabe cuidar de si mismo, pero no sé qué pasará con los otros.
– ¿ Cuáles son sus ideas políticas_ le pregunté.
– Sí. Por el grupo de insurgentes que llegaron no sé si eran de la guerrilla o paramilitares.
El que comandaba me dijo que me fuera, o me matarían.
– ¿y no tiene familia? le pregunté, mientras miraba el otro extremo del puente donde los últimos carros descendían rápidamente la escarpada orilla.
– No _ contestó_. Solamente los animales que le he dicho. El gato naturalmente podrá arreglárselas. Un gato sabe cuidar de si mismo, pero no sé qué pasará con los otros.
– ¿ Cuáles son sus ideas políticas_ le pregunté.
-No tengo ideas políticas _ contestó el viejo_
Tengo setenta y ocho años. He andado doce kilómetros y creo que no podré seguir adelante.
– Este no es un buen sitio para quedarse_ le dije. Y añadí_: Pruebe llegar hasta allí el cruce de la otra carretera que pasan camiones y flotas.
-Esperaré todavía un poco – me contestó. Y después me iré.-A dónde van las flotas?
– Hacia Bogotá _ le dije.
_ No conozco a nadie por allí _ me replico, pero muchas gracias. Otra vez, muchas gracias.
Me miró con aire de cansancio e indiferencia, y después, queriendo compartir su pena con alguien me dijo:
_ El gato se las arreglará solo, estoy seguro. No hay porque preocuparse por el gato. Pero los otros animales?…¿Que cree usted que le pasará a los otros?
_ Es probable que también se las arreglen ellos.
_¿Cree usted?
_ ¿Por qué no? _ le dije, mientras, miraba la orilla opuesta, donde ya no quedaba ningún carro.
_ Pero ¿cómo se las arreglaran bajo los tiros de los grupos insurgentes, cuando a mí, por causa de los insurgentes, me han dicho que me marche?
_¿ Ha dejado abierto el palomar _ le pregunté.
_Sí.
_Entonces las palomas saldrán volando.
_Claro, saldrán volando. Pero ¿y a los otros? Es mejor que no pienses en los otros _añadió.
_Si ya ha descansado, yo, en su lugar me iría _le dije_. Levántese ahora y trate de andar.
-Gracias _ dijo, se levantó, vacilando sobre sus piernas; después volvió a caer, sentado, sobre el polvo.
_Cuidaba los animales _dijo con voz monótona, pero ya no me hablaba a mí_. Yo Solamente cuidaba los animales.
No había nada que hacer con aquel viejo. Era un día fuerte y las guerrillas y los paramilitares avanzaban en el monte a enfrentasen.
Un día, gris cubierto de nubes bajas, y por eso no avían helicópteros militares.
En esto y en el hecho de que los gatos saben valerse por sí solos, se cifra toda la esperanza de aquel viejo.
Por: Martín Bayona
Americaenelmundo2022gmail.com